ESQUIZOFRENIA. PARANOIA.

Sintomática y aplicación al dispositivo de acompañamiento terapéutico

Tradicionalmente, se ha clasificado la esquizofrenia en distintos subtipos, aunque el DSM-5 ha dejado de emplear esta taxonomía (American Psychiatric Association, 2013). No obstante, los subtipos previamente establecidos incluyen la esquizofrenia paranoide, caracterizada por delirios y alucinaciones, la esquizofrenia desorganizada, marcada por un comportamiento caótico y un discurso incoherente, y la esquizofrenia catatónica, definida por alteraciones motoras pronunciadas (American Psychiatric Association, 2013).

El curso de la esquizofrenia generalmente se divide en tres fases: prodrómica, aguda y residual (American Psychiatric Association, 2013). Durante la fase prodrómica, los síntomas son vagos e incluyen cambios en el pensamiento, la percepción y el comportamiento, como retraimiento social y disminución del rendimiento en actividades cotidianas (American Psychiatric Association, 2013).

La fase aguda o de brote psicótico se caracteriza por la prominencia de síntomas psicóticos, como alucinaciones y delirios, mientras que la fase residual se presenta después del tratamiento inicial, donde los síntomas psicóticos pueden disminuir, pero persisten síntomas negativos como la falta de motivación (American Psychiatric Association, 2013).

En el contexto del acompañamiento terapéutico (AT), este desempeña un papel esencial en el tratamiento integral de la esquizofrenia, proporcionando un apoyo continuo y facilitando la reintegración del paciente en la comunidad (Fernández & Rodríguez, 2019).

Las estrategias de AT abordan diversos aspectos, incluyendo el apoyo psicosocial y la rehabilitación, la estabilización y manejo de síntomas, la intervención en crisis, la educación y apoyo familiar, así como el fomento de la adherencia al tratamiento (González, 2020; Lemos, 2018; Rossi, 2017).

Es fundamental reconocer la importancia de estas intervenciones en el manejo global de la esquizofrenia, ya que contribuyen significativamente a mejorar la calidad de vida de los pacientes y a mitigar el impacto negativo de esta enfermedad en su funcionamiento diario (Beck, 2011).

Por otra parte, en cuanto a las alucinaciones y los delirios, son dos manifestaciones de síntomas psicóticos, pero al mismo tiempo fenómenos distintos que pueden surgir en diferentes trastornos mentales, con una notable prevalencia en la esquizofrenia (American Psychiatric Association, 2013; Bentall, 2003; Sims, 2003). Aunque a menudo se confunden, estas experiencias representan fenómenos psicopatológicos claramente diferenciados.

Las alucinaciones se caracterizan por percepciones sensoriales que se producen en ausencia de estímulos externos reales, lo que implica una percepción errónea de la realidad (American Psychiatric Association, 2013; Bentall, 2003). Dichas percepciones pueden abarcar cualquiera de los cinco sentidos, como auditivas, visuales, olfativas, gustativas y táctiles, siendo las auditivas las más frecuentes en la esquizofrenia (American Psychiatric Association, 2013). Estas experiencias pueden manifestarse como la percepción de voces que conversan entre sí o dirigiéndose directamente al individuo, entre otras formas (Bentall, 2003).

Por su parte, los delirios se definen como creencias falsas y firmemente sostenidas que no son compartidas por otros en la misma cultura (American Psychiatric Association, 2013; Freeman & Garety, 2004).

A diferencia de las alucinaciones, los delirios implican interpretaciones erróneas de la realidad y no son experiencias sensoriales, sino pensamientos o creencias (American Psychiatric Association, 2013). Estas creencias pueden clasificarse en diversos tipos, como delirios de persecución, grandeza, somáticos, de referencia y de control, cada uno con características distintivas (Freeman & Garety, 2004).

Es importante distinguir entre alucinaciones y delirios, ya que representan fenómenos psicopatológicos con características clínicas y etiológicas diferentes (Bentall, 2003; Sims, 2003).

Las alucinaciones involucran una percepción errónea de los sentidos, mientras que los delirios implican una interpretación distorsionada del pensamiento (Bentall, 2003). Estas distinciones son cruciales para el adecuado diagnóstico y tratamiento de los trastornos psicóticos, lo que permite a los profesionales de la salud mental desarrollar estrategias de intervención específicas y efectivas (Sims, 2003).

En lo que respecta a la paranoia, se define como un patrón de pensamiento que se caracteriza por una desconfianza extrema, sospechas infundadas y la creencia persistente de que otros individuos tienen intenciones maliciosas hacia uno mismo (American Psychiatric Association, 2013). Este fenómeno puede variar en su gravedad, desde simples sospechas hasta creencias firmemente arraigadas que se acercan al delirio (American Psychiatric Association, 2013).

Dentro del contexto del acompañamiento terapéutico, una modalidad de intervención en salud mental que implica la presencia de un acompañante terapéutico (AT) para proporcionar apoyo y contención a individuos con trastornos psicológicos o psiquiátricos, abordar la paranoia requiere estrategias específicas debido a las características propias de este síntoma (Fernández & Rodríguez, 2019).

Algunas recomendaciones y enfoques para manejar la paranoia incluyen:

Construcción de una Relación de Confianza:

Es fundamental que el AT trabaje gradualmente en establecer una relación de confianza con el paciente, dada la extrema desconfianza asociada con la paranoia. La consistencia en el comportamiento del AT, la transparencia y la empatía son aspectos cruciales en este proceso (González, 2020).

Ambiente Seguro y Predecible:

Crear un entorno seguro y predecible puede contribuir a reducir la ansiedad y la sospecha en el paciente. Los AT deben mantener una comunicación clara y consistente, evitando así alimentar las sospechas del individuo (Lemos, 2018).

Intervenciones Psicoeducativas:

La educación del paciente sobre su condición y los síntomas de la paranoia puede ayudar a aumentar la comprensión y potencialmente disminuir la intensidad de las creencias paranoides. Esta labor educativa puede ser realizada en colaboración con otros profesionales de la salud mental (Rossi, 2017).

Técnicas Cognitivo-Conductuales:

Las técnicas cognitivo-conductuales, como la identificación y modificación de pensamientos irracionales, junto con la exposición gradual a situaciones que desencadenan desconfianza, pueden ser útiles en el manejo de la paranoia (Beck, 2011).

Estas estrategias y enfoques permiten que los acompañantes terapéuticos aborden efectivamente la paranoia, mejorando así la calidad de vida y el bienestar emocional de los pacientes (González, 2020; Lemos, 2018; Rossi, 2017).

Referencias bibliográficas:

· American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5th ed.). American Psychiatric Publishing.

· Bentall, R. P. (2003). Madness Explained: Psychosis and Human Nature. Penguin Books.

· Freeman, D., & Garety, P. A. (2004). Paranoia: The Psychology of Persecutory Delusions. Psychology Press.

· Fernández, A., & Rodríguez, P. (2019). Acompañamiento terapéutico: Teoría y práctica. Editorial Paidós.

· González, J. (2020). Estrategias para la intervención en casos de paranoia en el acompañamiento terapéutico. Revista de Psicoterapia y Salud Mental, 15(2), 123-135.

· Lemos, P. (2018). La importancia del entorno en la atención de pacientes paranoides. Psicología Clínica Hoy, 22(3), 211-225.

· Rossi, M. (2017). Psicoeducación en pacientes con trastornos paranoides. Anuario de Psicología, 27(1), 59-73.

· Sims, A. (2003). Symptoms in the Mind: An Introduction to Descriptive Psychopathology (3rd ed.). Saunders.

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